¿Qué es lo nuevo?
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La fe que mueve montañas es la sustentada en la razón.






Considerar que se pierde la fe por el estudio crítico de las Escrituras es a mi parecer un argumento que solo está soportado en una visión limitada de la fe, de Dios mismo y de la relación existente entre el Creador y su creación.

En primera instancia, afirmar que tener fe implica creer a ciegas, sin argumentos o consideraciones intelectuales, es de por sí, afirmar que Dios promueve la ineficiencia e incoherencia. Me niego a creer que el Dios sempiterno, todopoderoso y que, como lo mencionó en alguna oportunidad el profesor Fernando Mosquera, “creó el mejor de los mundos”, manifestando en ello todo su poder y sabiduría; haya creado un ser con tanta capacidad de inventiva, desarrollo, pensamiento y realización de proezas, para después limitarlo a un simple “No pienses, no busques, no te inquietes, no razones y simplemente cree”. Tal demanda, argumentada por algunas interpretaciones personales, es en mi parecer una pérdida, un derroche de capacidades y un despilfarro de recursos y capacidades. No creo que haya creado tanta capacidad intelectual para después simplemente desecharla o menospreciarla.

En mi opinión, no creo que Dios creara a un hombre ignorante e ingenuo para ponerlo en Edén, y que gracias a estas características fuera posible la comunión con Él. No creo que fuera por la ignorancia que Adán y Eva podían sentir el mover de Espíritu de Dios en el huerto. Qué fácil le hubiese resultado a la primera pareja ser obedientes y fieles si hubiesen sido limitados desde lo intelectual o lo racional. Dios hubiese obtenido la fidelidad del canino que sencillamente obedece la mano de quien lo alimenta y protege. Tal imagen no me es posible retenerla en mi mente y mucho menos en mi corazón. Creo por el contrario que Dios creó las capacidades intelectuales desde un comienzo con el fin de que el nuevo ser tuviera una relación integral y sobre todo libre con su Creador. Que la obediencia fuera el fruto natural de un proceso decisivo sustentado en el conocimiento pleno y no en una ignorancia abrumadora. Puedo ver destellos de ese propósito divino cuando milenos después, en el proceso de conformación de un pueblo de ejemplo para las naciones de la tierra, el mismo Dios del Edén demanda ahora al Israel elegido que le ame “con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas”. No creo en un dios que crea limitaciones para después alzarse sobre ellas, cual rey tuerto que se enseñorea de sus súbditos ciegos. Creo que las capacidades intelectuales, críticas y de raciocinio fueron creadas y dadas a los hombres con el único fin de conocer, relacionarse y ofrecerse en una adoración libre, real y plenamente consciente.

Viéndolo en perspectiva, creo que allí radicó el pecado de la primera pareja, quien conociéndolo todo ambicionaron más desencadenando tan dramáticas consecuencias, que no solo demarcaron la búsqueda infructuosa de recuperar ese primer estado excepcional, sino creó a mi parecer la ruptura entre el conocimiento y la espiritualidad. La búsqueda inicial del hombre caído no fue reconciliarse con su Dios, la solución al pecado provino solo por iniciativa divina. Sin embargo, nada de lo realizado por el hombre se ha salido de la soberanía de Dios. La ciencia, el avance tecnológico y el progreso intelectual de los seres creados no se ha salido de las manos del Dios todopoderoso y soberano, quién es Señor de toda la creación y a Quien no se le pasa nada por alto. Todo pasa por la voluntad de Dios, incomprensible a veces para nosotros, seres caídos y limitados por el tiempo y el espacio; pero que sigue siendo perfecta y buena como lo afirma Pablo en la carta a los Romanos.

Debería con esmero motivarse al estudio crítico de las Escrituras, a comprender y dimensionar, ampliando las visiones y percepciones, frente al texto escrito. Creo que no solo la Palabra escrita habla de Dios, sino que todo su proceso de redacción y actualización, habla de quién es Dios. No hay por qué limitar las preguntas, los cuestionamiento y mucho menos las dudas, creo que cada una de ellas es una oportunidad de mostrar Su grandeza y magnificencia.

El cristiano debería ser como el científico que ante la formulación de algunas hipótesis o ideas matemáticas o físicas, asevera con tal convencimiento que el origen del cosmos se dio por un suceso impredecible, imposible de medir y comprobar; pero que ante tal “evidencia” y comprobación matemática es incuestionable e irrefutable la ocurrencia del tal suceso y de sus posteriores resultados. Tales posturas son para él indudables y dignas de defender con vehemencia. No importa cuántas horas hay que dedicar, a cuántos hay que desplazar, cuánta vida hay que dedicar a ello. Esa es su verdad. No encuentro mayor ejemplo de fe. El cristiano debería tener tan profundos, completos y extensos conocimientos de la Verdad que el único resultado posible es una entrega total y una fe sin límites, que mueve las montañas de la ignorancia y maldad, y abre caminos de esperanza y reconciliación.

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